Los Esteros del Iberá ocupan 25.000 km2 en el centro de la provincia de Corrientes y hoy, gracias a una suerte de corredor de biodiversidad, los podés visitar en sus dos extremos, como hicimos nosotros: primero fuimos a Colonia Carlos Pellegrini, y luego al Parque Nacional Mburucuyá. Uno te ofrece dos cosas: aventura y confort. El otro, una sola: aventura. Te recomendamos que veas el video que grabamos, sobre todo en la parte donde unos zorros nos visitan en medio de la noche.
Escribe Guillermo Gallishaw
La provincia de Corrientes se recorta en la Mesopotamia como un cuadrado arrugado y deformado que, en el centro, se inunda y desborda por todos lados. Su corazón late al ritmo de embalsados, islas flotantes y humedales. En sus entrañas, se mueve un sinfín de animales, insectos y aves. Para los amantes de la Naturaleza, Corrientes podría ser como Disneylandia para un niño.
Pero, además de Naturaleza, Corrientes es chamamé, Gauchito Gil, San La Muerte, dorados y surubíes, y mate cebado en porongos. Viajar por esta provincia te conecta con sombreros de ala ancha y redonda, y jinetes con guardamontes. Y también te conecta con el correntino, un hombre que le imprime al castellano ese acento propio de la lengua guaraní, que convierte al español en una dulce y simpática forma de hablar.
Así, un viaje por esta provincia será una experiencia rica en Naturaleza y cultura, de Este a Oeste y de Norte a Sur. Bienvenidos a la república de Corrientes…
Esteros del Iberá, versión Carlos Pellegrini
Dos cosas llaman la atención en Colonia Carlos Pellegrini: el puente de hierro que cruza la laguna Iberá y, cuando pasa un auto, sus tablones provocan un ruido único; y que los primeros guadafaunas son antiguos cazadores. Sí, aquellos que alguna vez vivían de las presas que cazaban, luego de conformada la reserva fueron convocados por el Estado para trabajar como guardafaunas. “Fue una medida inteligente porque estas personas conocían mejor que nadie toda la zona. Y, además, les estaban dando una fuente de trabajo”, me explicaba el biólogo Aníbal Parera, quien trabajó en la elaboración del plan de manejo de la Reserva Natural Esteros del Iberá.
Sin embargo, a decir verdad, en la actualidad queda un solo representante de aquella generación de ex cazadores conversos: es Mingo Cabrera (63), el único guardafaunas activo que subsiste desde la creación de la Reserva Natural Iberá, allá por 1983. A Mingo le falta un ojo, después de un dudoso episodio doméstico, pero está bien de la memoria. “Los bichos escaseaban y cada vez teníamos que meternos más y más adentro del estero para encontrarlos”, nos contó en la puerta de su casa, recordando sus tiempos de cazador. Y así fue, nomás: había una época en la que Iberá era zona de caza, más que nada para subsistencia. Pero de tanto cazar, hubo un momento en el que el recurso llegó casi al límite de agotarse. De hecho, cuando se creó la reserva provincial, no era sencillo avistar fauna. Hoy, 30 años después, es muy difícil imaginar aquel escenario ya que, a medida que te vas acercando a Colonia Carlos Pellegrini, por la ruta Provincial 40 –de ripio, pero en buen estado general –empiezan a aparecer carpinchos y aves coloridas, como el Ipacáa. Ya en la zona del Centro de Interpretación, el sonido de las aves es intenso, los carpinchos andan por todos lados y hasta podés ver monos carayá.
Y si salís de excursión náutica, el escenario es completamente opuesto al de principios de los ‘80: ciervos de los pantanos, yacarés, chajáes, corzuelas, garzas mora, espátulas rozada, carpinchos…
Como Discovery Channel, pero en vivo
Esta era la segunda vez que veníamos con Ochentamundos a los Esteros del Iberá, pero siempre es sorprendente. Dos años atrás, elegimos navegar de noche. Nuestro guía era el joven Roque Segovia –nacido y criado en Colonia Carlos Pellegrini –y a bordo venía un matrimonio de Buenos Aires muy poco habituado a escenarios tan agrestes.
–¿De qué se alimentan los yacarés? –quiso saber la mujer.
–Bueno, de todo un poco. Pero por ejemplo, podrían comer las crías de chajá –explicó Roque.
A la señora le costó creerle. De hecho, se reía pensando que se trataba de una broma. Mientras tanto, la lancha avanzaba por la laguna Iberá en plena noche, alumbrados por una súper linterna que manejaba Roque. Al llegar a un embalsado, el guía frenó la lancha, apagó el motor y se oyó un sinfín de sonidos del estero. En seguida, Roque identificó a una pareja de chajáes. “La hembra está protegiendo a sus crías. ¿Las ven?”, nos preguntó. Nos quedamos observando.
–Miren –dijo Roque, susurrando –Ahí, debajo del agua, se acerca un yacaré a los chajáes.
Todos nos quedamos mudos, viendo el espectáculo. Hasta que la señora preguntó: “¿Se quiere comer a la cría?”. Cuando Roque respondió afirmativamente y el yacaré estaba a punto de servirse la cena, la señora pegó un grito que no sólo nos asustó a nosotros, sino que hizo que los chajáes pudieran evitar la perdida de sus crías…
Así es Iberá. La Naturaleza está al alcance de la vista por todos lados. Y las experiencias aquí son inolvidables.
Si bien la Reserva Natural protege 13.000 kilómetros cuadrados, el ecosistema de los Esteros del Iberá ocupa cerca de 25.000 km2. en el centro de Corrientes (de hecho, hace menos de un año comenzó la creación del Parque Nacional Iberá). Este gran espacio se expande hacia los cuatro puntos cardinales, con islas flotantes y embalsados. Colonia Carlos Pellegrini representa el punto más vistoso en cuanto a fauna, pero en el otro extremo, otra reserva natural protege flora y fauna salvaje de los Esteros del Iberá. Se trata del Parque Nacional Mburucuyá. Allí, tu genuino espíritu de aventura será puesto a prueba…
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Esteros del Iberá, versión Mburucuyá
El acceso desde Buenos Aires es a través de la RN12. Hay que tomar el desvío hacia la localidad de Mburucuyá por la RP13, y luego seguir hacia el Parque Nacional. Un dato interesante es que este pueblo cuenta con una escasa oferta turística. El hotel en el que paramos nos ofrecía desayuno en dos versiones: económica y completa. La diferencia entre ambas era que la “Premium” incluía un platito con una muestra de mermelada y otra de manteca. Y esto no es chiste. Pero a pesar de ello, la noche anterior habíamos comido bien en el club del pueblo.
Cuando fuimos con Ochentamundos, no ingresamos desde Buenos Aires, sino desde Posadas, en Misiones, pero no lo recomendamos. Yendo desde el Oeste, el camino es todo de asfalto hasta Mburucuyá, pero desde el Este (desde la RN118), hay que tomar por un camino de tierra. La tarde que entramos nosotros debe de haber sido una de las peores: había llovido durante toda la mañana y el barro nos hizo sufrir. Por esta zona, el suelo es arcilloso y si bien íbamos en un súper Jeep Wrangler, patinamos y nos fuimos a la banquina más de una vez.
Si esto fuera parte de uno de los libros de “Elige tu propia aventura”, propondría: si eliges probar tus dotes como conductor de 4×4 y tu temple como aventurero, ingresa al Parque Nacional Mburucuyá desde el misterioso desvío de la ruta 118; pero si en cambio quieres llegar a salvo y seguro, ve por la RP13.
Me resulta muy interesante la diferencia entre estos dos extremos de los Esteros del Iberá. Es la misma provincia y el mismo ecosistema, pero ambos puntos son muy disímiles. En Colonia Carlos Pellegrini hay unas ocho posadas, muchas de ellas con excelentes servicios y una variada oferta gastronómica y de actividades. Además, localidades como Ituzaingo, San Miguel o Concepción se están desarrollando turísticamente. En cambio desde el Parque Nacional Mburucuyá, todo es agreste. De hecho, es uno de los Parques menos visitados.
Allí nos recibió Leo Juber (foto, abajo), un joven guardaparque, hijo del ya retirado Jorge Juber.
“Los hijos de guardaparque generalmente tenemos una relación fuerte con el tema: o lo amamos o lo odiamos –contó Leo –. Mi viejo es guardaparque, se acaba de jubilar, y tengo tres hermanos que no quisieron saber nada con el asunto. Yo, en cambio, seguí sus pasos. Y acá estoy”.
Leo habla con calma y maneja con pericia la camioneta de Parques. Él tiene a su cargo el área Santa Teresa, donde está la zona de acampe. ¿No les dije? Dentro del Parque sólo se puede dormir en carpa. La otra alternativa es la del desayuno “Premium” de la localidad de Mburucuyá…
La historia de la creación del Parque Nacional Mburucuyá es romántica. Estas tierras pertenecían a un matrimonio integrado por el danés Troels Myndel Pedersen y su esposa, Nina Sinding. Él fue un reconocido naturalista que, ya cerca del final de sus días, decidió donar sus campos a Parques Nacionales con el fin de crear un área protegida. De hecho, en la seccional Santa Teresa se puede ver el hermoso caserón en el que vivían los Pedersen. Allí también está la zona de acampe y el Centro de Interpretación, y es el punto desde el que parte un par de senderos para hacer hiking.
Salir con el mejor guía
En Mburucuyá no hay guías: cada uno debe recorrerlo por cuenta propia. Si andan con suerte, existe la posibilidad de sumarse con alguno de los guardaparques en sus recorridas habituales. Nosotros tuvimos esa suerte y salimos junto a Leo Juber por el sendero Yatay.
“Este Parque preserva una zona de transición entre los esteros y el chaco húmedo”, nos explicaba Juber, que tiene la vista y el oído muy bien afinados. Cuando llegamos al estero Santa Lucía, quedamos a la expectativa de ver qué nos regalaba la Naturaleza. De repente, Leo dice que avistó un ciervo de los pantanos. Recorrí la zona con los prismáticos varias veces y no lo veía. Hasta que, finalmente, a lo lejos y muy camuflado, logré avistarlo, pero sin las indicaciones del guardaparque, jamás lo hubiera visto.
De todos modos, la fauna aquí no está acostumbrada a ver mucho tránsito de personas. Y los pocos que vienen, lo hacen con respeto. Entonces, en la zona de acampe por ejemplo, es sencillo ver corzuelas o hasta monos carayá. Por la noche, nosotros éramos los únicos que estábamos allí, con nuestra carpa. Al no haber luz artificial, no se veía nada alrededor.
Nos pusimos a cocinar unos fideos y, de repente, empezamos a ver ojitos por todos lados. ¡Como en las películas!
Eran zorros que se nos estaban acercando. Siempre supe que los zorros, igual que la mayoría de los mamíferos que habitan en nuestro país, no atacan a las personas, pero en ese momento, y al verlos tan decididos a venir por nuestros fideos con boloñesa, debo confesar que dudé… Como sea, estas cosas te suceden sólo si te animás a conectar con un lugar así, pleno de naturaleza virgen.
Elige tu propia aventura
Si decidís visitar los Esteros del Iberá desde Colonia Carlos Pellegrini, te vas a encontrar con un espectáculo de Naturaleza al alcance de la mano, pleno de fauna, en un espacio siempre cercano a la laguna Iberá. Allí verás una sociedad que, en tan sólo 30 años, vivió un cambio radical: después de vivir durante muchas generaciones de la caza y el marisqueo, ahora su fuente de vida pasa por cuidar el recurso natural. Culturalmente, vas a encontrar personas mayores como Mingo Cabrera, un guardaparque y ex cazador; a un guía de 40 años de edad como Naldo Martin, hijo de ex cazadores; y a Roque Segovia, un guía de apenas 26 años que nació cuando la Reserva ya había sido creada. Todo eso se respira en Pellegrini. Además, vas a poder dormir en posadas con excelentes servicios para el viajero.
Pero si en cambio decidís visitar el Parque Nacional Mburucuyá, preparate para un viaje agreste, donde lo inesperado puede suceder a cada minuto. Allí no hay hosterías ni guías: tenés que moverte por tu cuenta. Si bien un 4×4 sería lo ideal, en un auto podés andar perfectamente por todo el Parque (de todos modos, informate en Mburucuyá antes de ir al Parque, sobre todo para saber el estado del camino). Aquí, para ver fauna tendrás que caminar un poco, entrando por diferentes senderos, aunque también es muy probable que abras la carpa a la mañana y una corzuela esté merodeando a pocos metros. O también puede suceder que por la noche decidas cocinar, y una manada de zorros te rodee…
¿Qué opción elegís para tu próximo viaje de aventuras?