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El viaje por la Ruta Azul llega al final con esta crónica. Hay que cerrar un viaje para que suceda otro. Darle espacio al deseo. En este episodio pasan cosas como una cena con algas en lo de Carola, una caminata por la playa preferida de María, una navegación por las islas con Juanpa y una despedida con un amor contradictorio. ¿Existen amores que no son contradictorios?


Escribe y saca fotos Guille Gallishaw

Hay un gesto de ilusión en María Mendizábal. Son las ocho de la noche en Bahía Camarones y, parada frente al mar, la chica dice que la cena de hoy será algo inolvidable, y sonríe. El viento le despeina los rulos, pero María no hace caso al desorden. El caos y ella son amigos. Al menos en lo que a rulos y viento se refiere. «Te voy a llevar a cenar a un lugar extraordinario -dice.-Pero antes tenemos que ir a comprar unos vinos.» Avanzamos por las calles de Bahía Camarones y llegamos a Autoservicio La Isla. Adentro hay luz fría de bajo voltaje y suena un cuarteto de Miguel Ángel Lunardi, conocido como Miguel Conejito Alejandro. La góndola del centro del local mide 15 metros de largo y rebalsa de bebidas alcohólicas a diestra y siniestra. Una señora dice que lo que no se consigue en La Isla es porque no existe. Entre las variedades de vodka que ofrecen aquí, hay una botella de Purity Vodka escondida detrás de otras. El Purity ganó más de una vez el prestigioso concurso International Spirits Challenge. Para conseguirla en Buenos Aires hay que tener un buen dato. Para conseguirla en toda la Patagonia, hay que ir a La Isla, en Camarones. Lo que no hay en Camarones es porque no existe.

Elegimos tres tintos y salimos rumbo a la cena extraordinaria. Vienen dos amigas hermanas amichas de María: Maru y Diana. También tres chicos que andan de viaje por Camarones. Es viernes por la noche y hay juntada en lo de Carola Puraccio. Su casa está frente al mar y esta descripción hay que leerla de forma literal: no hay límites visibles entre su jardín y la playa. Sobre la mesa del living se ve una tabla larga que rebalsa de cosas. “Cocino con algas marinas. Y acá tenés un poco de todo -dice y va señalando, explicando –. Langostinos, eso es merluza, por allá hay chipirones, vieiras, buñuelos de algas, escabeche de algas, mejillones, pulpo.” Una de las bondades de este mar patagónico son las algas. Por supuesto que en décadas pasadas se las extrajo comercialmente, sobre todo en Bahía Bustamante. Y Caro, que parece una mujer con una fuerza matriarcal, curtida por las cosas de la vida, una María Muratore del mar, se le ocurrió cosechar algas en las costas del pueblo y probarlas en la cocina. Funcionó. Así fue que creó A-Mar: en su casa, para pocas personas, frente al mar, degustando platos preparados ahí mismo, en la cocina de la casa de Carola. Me llaman la atención las algas y María, Maru y Diana. Las tres se abrazan con Carola cada dos o tres minutos. En un pueblo de menos de dos mil habitantes, los abrazos son el contrapeso de la soledad. Los de Carola, Mariana, Diana y María son abrazos de admiración, de amistad, de orgullo, de salvación. Y un poco son de vino también, porque lo que Carola cocinó con sus manos, lo acompañamos con variedad de cepas. Algas con abrazos. Lo extraordinario con lo ordinario.

A la derecha, María. En el Centro, Carola. A la izquierda, Diana

Instrucciones para caminar

A María Mendizábal, la chica de los rulos y el viento, le dieron la responsabilidad del Desarrollo Turístico del Parque Patagonia Azul porque conoce la zona desde hace muchos años, porque dedicó gran parte de su vida profesional a trabajar en proyectos turísticos y porque mantiene una energía constante de trabajo: alta energía. Pero es fácil imaginar que también le dieron el trabajo porque está en profundo trance amoroso con el lugar. «En diez salimos», avisa en un mensaje de Whatsapp. Se refiere a que salimos a caminar. Aún no lo sé, pero serán varias horas.

Instrucciones para caminar por la costa de Patagonia Azul. Podría decir cosas como levante primero un pie y analice el terreno muy rápidamente, casi a la velocidad de la luz, antes de apoyarlo y dar un paso. Pero no soy Cortázar, así que diré: lleve un rompevientos, aún cuando el día parezca indicar que no lo necesitará. Póngase protector solar antes de partir. Ponga el envase del protector solar en la mochila. Lleve agua. ¿Cuánta? Un poco más de lo que suele tomar. Lleve gafas para el sol. Si tiene prismáticos, llévelos. Si tiene snorkel, llévelo. Mate, siempre. Si tiene para escuchar música, déjelo.

La llamada Ruta Azul es una propuesta de ecoturismo: arranca en Punta Tombo, pasa por Cabo Raso, Camarones y Bahía Bustamante, y termina cerca de Comodoro Rivadavia (todo por la RP1). La iniciativa es de Rewilding Argentina, una fundación que procura la restauración de ambientes para luego convertirlos en reservas naturales (Parque Nacional Iberá es un ejemplo). María Mendizábal lleva con compromiso su tarea de ser  la Responsable del Desarrollo Turístico de Patagonia Azul. Tanto, que ya hace varios años que se instaló en Camarones. El Portal Isla Leones tiene su base de operaciones dentro de lo que antes era la estancia ganadera El Sauce, a 17 kilómetros del pueblo. Desde ahí salimos con la chica de los rulos y el viento  en busca de playas para caminar. Pero antes pasamos por el camping Bahía Arredondo, en el que está trabajando Walter, un ex fisicoculturista con gimnasio al aire libre. Hay un refugio, áreas para poner carpas y baño seco. Y una senda que lleva a la costa. “Te voy a llevar a mi playa preferida”, me dice María. Y yo me pregunto cómo se hace para tener una playa preferida donde todas las playas podrían ser mis preferidas. Esa mañana caminamos sin cesar. O cesando de a ratos, para sentarnos y mirar el mar. Sobre el risco de un acantilado rocoso se tiene una vista ampliada del mar, las islas y el azul de la distancia. María se sienta en posición de india, mientras el viento le despeina los rulos. El caos con el que María se siente a sus anchas.

Dentro del área que protege Patagonia Azul hay más de sesenta islas. “Uno de nuestros primeros trabajos es contar acerca de la necesidad que hay de conservar el mar argentino -explica Sebastián Di Marino, el Director de Conservación de Rewilding Argentina. -Hay muchos valores de conservación que hoy no están bien protegidos. En Patagonia, casi todas las pingüineras están protegidas, me refiero al sector en el que nidifican los pingüinos. Pero los pingüinos pasan la mayor parte del tiempo en el mar. Y los lobos marinos lo mismo, o los elefantes marinos. Y las ballenas pasan todo el tiempo en el mar. Los delfines, las orcas, y los peces. Bueno, por eso queremos crear un área protegida marina grande.”

-¿Por qué es importante proteger el mar?

-Hay varias razones. La mitad del oxígeno que respiramos se produce en los océanos. Además, el mar secuestra la mayor parte del carbono atmosférico que emitimos nosotros. O sea, nuestras industrias emiten carbono a la atmósfera. Y si no existieran estos ambientes naturales que captan y secuestran la mayor parte de lo que emitimos, el caos sería mucho mayor. Y el mar es el principal ambiente que captura y secuestra dióxido de carbono.

Un pato que no vuela, pero que inspira

Esa tarde salimos a navegar, pasando por caletas, islas e islotes. Vimos delfines australes, toninas, cormoranes, gaviota antártica, petreles, lobos marinos y patos vapor. “Es un pato marino no volador que sólo vive en las costas de Chubut -dijo Sebastián Di Martino.- Tiene alas, pero las usa para desplazarse sobre el agua. Y se reproduce en las islas e islotes de esta zona de Patagonia Azul. Pero hay más especies de aves que nidifican en las islas. El pingüino de Magallanes, varias especies de cormoranes, gaviotines (el de pico amarillo, el real, el sudamericano), la gaviota de Olrog, colonias de reproducción de lobos marinos (de uno y de dos pelos; esta última se reproduce en isla Rasa, que casi no se ve desde la costa), el petrel gigante, que tiene dos grandes colonias de reproducción.” Ese pato que no vuela, pero que se arrastra sobre el agua fue una fuente de inspiración para crear esta área protegida.

Dos parejas de pato vapor en Bahía Arredondo

Durante la navegación, Juan Pablo De Zabaleta, el capitán de la embarcación, intenta acercarse a la isla Leones, pero las condiciones no son óptimas para la seguridad del bote. Me quedé con las ganas porque es la isla que le da nombre al Portal. Cuando vuelva para pasar varios días en Cabo Raso, intentaré que Juanpa me lleve a Leones.  

Por la noche hay asado de despedida en el Portal Isla Leones. Vienen personas que trabajan en Patagonia Azul; algunas de ellas son nacidas y criadas en Camarones que ya no se dedican ni a la actividad ganadera ni a la pesquera; ahora se dedican directa o indirectamente al ecoturismo y a la conservación. Pero hay uno solo que sí se dedica a la pesca. Un joven estibador. Por estos días, él está experimentando el amor, ese que no se puede definir. Le sucede con una joven conservacionista. Él, dedicado (indirectamente) a una actividad que arrasa el suelo marino hace décadas. Ella, que busca que ese suelo marino deje de agonizar y recupere su vida. Durante esta noche de relajo y asado, él agarra con timidez una guitarra y se pone a cantar una samba. Ella permanece al lado de él. Sólo lo observa, recorre su rostro con la mirada. Dice Alexandra Kohan en su libro Y sin embargo, el amor: “El objeto amado tiene algo y ese algo es, literalmente, un no sé qué”.

Un domingo a las siete de la mañana salgo del Portal Isla Leones de regreso a casa. En la soledad triste y melancólica de la ruta Nacional 3 un domingo a la mañana, abro Spotify y le permito que me sugiera podcasts. Aparece uno que me sorprende y me hace sospechar que Spotify, como Meta o Google, me lee la mente. Este podcast cuenta la leyenda tehuelche de Goos, una ballena que vivía en tierra y tenía patas cortas. Cuando Goos se aburría, bostezaba y aspiraba todo lo que tenía cerca: campamentos, zorros, arbustos, personas. Pero nadie en la comunidad entendía cómo desaparecían campamentos, zorros, arbustos, personas. Entonces, consultaron a Elal, el héroe de los tehuelches. Este se puso a observar detenidamente la situación y descubrió lo que pasaba: cuando Goos se aburría, bostezaba y se tragaba todo. Entones, Elal entendió que era mejor que Goos viviera en el mar, así que la llevó al agua. Sus patas cortas se convirtieron en aletas, y en el agua es feliz porque se volvió ágil. Apago el podcast y me quedo en silencio. ¿Habrá llegado el momento de que convoquemos a Elal para que nos ayude a proteger el mar? ✪



 

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