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Crónica Azul: episodio 1

Crónica de viaje por la Ruta Azul, esa parte de la costa patagónica de Chubut donde florecen ballenas, orcas, pingüinos, petreles y un sin fin de mitos y leyendas. Durante más de un siglo, esta región fue explotada comercialmente por la ganadería ovina y la pesca desmedida. Ahora, el ecosistema está dañado y un proyecto busca recuperarlo e impulsar el turismo de Naturaleza. Pero siempre hay alguien que se opone. En este primer episodio llegamos hasta Cabo Raso, un pueblo que quedó abandonado en los ’80s y que luego fue convertido en hospedaje, en el medio de la nada, en el medio de todo.


Escribe y saca fotos Guille Gallishaw

El pueblo se quedó sin habitantes el 6 de junio de 1987, el día que murió Mercedes Finat. En la zona la conocieron como La Guardiana del Faro porque, durante largos años, esta mujer había aceptado ser quien velara por el buen funcionamiento del faro de Cabo Raso. Cada vez que detectaba algún desperfecto, daba aviso. También pasaba, tres veces al día, el parte meteorológico (a las 8.00, a las 12.00 y a las 20.00, detalla Marcelo Giusiano en el diario Jornada). Nunca cobró un centavo por esa tarea. Le decían Merceditas. Tuvo un hermano y sus padres habían llegado a Cabo Raso en 1924. Don Simón Finat y su esposa, Mercedes Niella, compraron El Tehuelche, el único almacén de ramos generales. Le cambiaron el nombre por La Castellana. La vida fue pasando y la última representante de la familia que quedó con vida fue Merceditas, a cargo de La Castellana. Ya para la década del ’70, ella era la única habitante de Cabo Raso. Murió en soledad, pero no en el olvido. Merceditas es recordada como la Guardiana del Faro, y también de Cabo Raso. Un 13 de junio de 2023 soleado pero ventoso, suena el Himno Nacional Argentino y dos hombres izan la bandera celeste y blanca en el mástil de Cabo Raso. Hay ex miembros de la Armada Argentina y un grupo de personas que integran la Asociación Civil Amigos de Cabo Raso. Le están rindiendo homenaje al Servicio de Hidrografía Naval y Mercedes Finat.

Hace unos años, otra mujer pensó que sería una buena idea darle una nueva vida a Cabo Raso. Una vida más adaptada a los tiempos que corren, en los que, de a poco, empezamos a creer que es importante darle valor a la Naturaleza y a la cultura. Por eso recicló algunas de las antiguas casas y puso un hospedaje. No hay luz eléctrica. Para ducharse hay que encender una caldera a leña. Para dormir en invierno, hay que taparse bien. Para saber que se está en un paraíso patagónico, hay que ir. Siempre hay que ir.


Fogwill en la ruta 3

Viajo 1600 kilómetros para conocer Patagonia Azul. Después de pasar por Cañuelas, me monto sobre la ruta Nacional 3, la misma que se estira recta hasta Santa Cruz, desaparece unos kilómetros en el Estrecho de Magallanes, y revive en la tierra del fuego argentina. Tengo una fascinación por los viajes largos en auto. A veces transito largos ratos en silencio, como si el paisaje fuera pasando a modo de mantra, y mi mente se va a algún lugar de placer. Hay un podcast que me lo reservo para momentos especiales del viaje. Es la audioteca de Lucrecia Martel, en la que distintas personas vinculadas al arte leen cuentos. Bajo Cero, de Damián Ríos, por ejemplo, es leído por Claudia Cantero. Japonés, de Fogwill, por Luis Ziembrowski. Y así. Esta vez lo pongo después de atravesar Bahía Blanca (donde el camino de circunvalación está en obra desde tiempos antediluvianos). Y cuando la ruta 3 empieza con esas suaves pendientes ondulantes, ya en Chubut, la luz del atardecer me lleva a un viaje paralelo, más emocional. Luz. Estepa. Rasante. 

En Puerto Madryn me aloja mi amigo Ale Biondini, El Tero. Visitar amigos debería estar entre las recomendaciones de los médicos para una mejor salud. Hablamos de viajes pasados, reflexionamos sobre lo que queremos para nuestras vidas y sobre la importancia de poner empeño para hacer lo que nos gusta. Ale es guía e intérprete ambiental e hizo gran parte de su carrera profesional acá, guiando en la estepa y en las costas. Desde hace unos años tuvo que cambiar de trabajo porque las guiadas habían decaído. Así que ahora tiene un empleo de ocho horas de lunes a viernes que no lo hace feliz. Me dice, casi como para dejar testimonio de su voluntad y no dejarse vencer, que quiere volver a guiar, que agarró unas salidas durante los fines de semana en una estancia de Península Valdés, y que está entusiasmado. Cuando nos vamos a dormir, me quedo pensando que ojalá no se ponga excusas (siempre hay buenas excusas para no cumplir sueños). 

Paso dos días en Madryn visitando amigos y charlando con El Tero. A las tres de la tarde de un jueves, me despido y salgo a la ruta. Me esperan en Patagonia Azul.


Una reserva de papel

Paralela a la ruta Nacional 3 corre la ruta Provincial 1, que alguna vez fue la única vía de conexión entre distintos puestos y asentamientos costeros. El tramo que va desde Punta Tombo pasando por Cabo Raso y Bahía Camarones, hasta un poco más allá de Bahía Bustamante ahora la llaman la Ruta Azul. Distintos organismos del Estado y ONGs pretenden que se convierta en una ruta turística. La idea es que el turismo aporte fuentes de trabajo a gente local. Entonces, ahora se promueve el cuidado del ecosistema. Probablemente se hayan inspirado en los Esteros del Iberá, un lugar que fue saqueado por la caza indiscriminada, hasta que ya no había nada para cazar. Entonces crearon una reserva natural y, entre otras cosas, contrataron a los antiguos cazadores para que trabajaran como guardafaunas. Hoy, en un pueblo como Colonia Carlos Pellegrini, el 99 por ciento de la gente vive del turismo. Algo parecido pretenden con la Ruta Azul, la misma que estoy recorriendo en esta primavera de 2023.

Llovizna, el cielo está pesadamente negruzco y el ripio de la RP1 cruje mientras el auto avanza. Un dato alentador para la idea de proteger el ecosistema es que esta región fue declarada Reserva de Biósfera Patagonia Azul por la UNESCO. Tiene 3,1 millones de hectáreas y es la reserva de biósfera más amplia del país y la que contiene la mayor superficie oceánica. Pero eso es sólo en los papeles porque, en cuanto a conservación, aún queda mucho trabajo por hacer. Eso me dirá unos días después Sebastián Di Martino, el Director de Conservación de la Fundación Rewilding Argentina. «Es una buena iniciativa, porque marca un camino, pero es insuficiente.  También tenemos el Parque Interjurisdiccional Marino Costero, que protege el mar, pero desde la tierra. Abarca tan solo dos millas de ancho de costa, y las islas, donde hay colonias de reproducción. Pero esas especies pasan la mayor parte del tiempo en el mar, como los pingüinos. Entonces, si no protegemos el mar, que es donde se alimentan, donde migran. Lo mismo pasa con los lobos marinos. Entonces, hasta ahora se concentran los esfuerzos de conservación en tierra mayormente. Nosotros queremos proteger el mar.» Pero hay un problema, o varios. La industria pesquera no quiere áreas protegidas. La industria petrolera, tampoco. 

Un aguilucho ñanco descansa sobre el poste que sostiene un cartel: Cabo Raso, Chubut. Es el kilómetro 294 de la RP1. Llegué a mi primer destino. Con llovizna y viento frío, Manuela sale a indicarme dónde dejar el auto. “Bienvenido. Vení, pasá, acercate al fueguito que está fresco.


Un vino en el Cabo

Comparto la cena con una pareja de suizos, Werner y Silvia Berger (foto), que anda viajando por Argentina en un camión todo terreno. Después, Manu le pone leña a la caldera y me indica cosas para que me pueda bañar sin problemas. Cuando los suizos se van a dormir, Manu y Seba me comparten apple crumble y un par de copas de vino. “Yo estoy en contra de esas reservas naturales, te digo la verdad”, me apura Seba, con sus ojos claros y su mirada potente, honesta. Me cuenta que la vida en los campos de la estepa es muy dura para los puesteros, que los dueños de los campos los descuidan. “Yo recorro muchos lugares porque manejo un camión, y muchas veces voy a campos en los que apenas si tienen algo de comida. Es gente que queda muy sola y todo lo que quieren es charlar un poco.” También me dirá que muchos dueños de campos venden sus tierras a organizaciones que quieren hacer reservas naturales y proteger a la fauna nativa. “¿Y a los que crían ovejas? ¿Quién los ayuda? Estas organizaciones vienen a proteger al puma, y después ese puma va y les mata diez, veinte, cincuenta ovejas, y ese tipo no tiene a quién reclamarle.” La historia de la ganadería ovina en la Patagonia lleva cerca de doscientos años sin planificación a largo plazo, ni desde lo productivo ni desde lo ambiental. Algunos gobiernos favorecieron a la actividad, y otras gestiones hicieron lo contrario. Hoy existen dueños de campos que deciden finalmente vender sus tierras porque el esfuerzo de mantenerlo es muy alto. Me voy a dormir pensando en lo que dice Sebastián, el camionero de las ovejas, y en lo que dice Sebastián, el Director de Conservación, acerca de la importancia de recuperar estos ecosistemas. Afuera sigue lloviznando, el viento choca contra las paredes y roza los techos. Zumba, cruje, se cuela.



Antes y ahora

Salió el sol unos minutos antes de las siete de la mañana. Ya no hay nubes y la brisa helada de la primavera despeina las crenchas de un gato rubio. Manu sirve un café con pan y mermelada casera, unas fetas de jamón, unos scons y frutas. Elian es la dueña pero no está, entonces Manu me cuenta algo de la historia de Cabo Raso. Que esto estaba abandonado y que Elianne Fernández decidió levantarlo y armar una propuesta agreste, de turismo de Naturaleza. Que de a poco fue acondicionando algunas de las antiguas construcciones, que ahora hay una hostería con tres habitaciones, un par de casitas frente al mar, un refugio equipado para seis personas y algo que llaman Rancho Aparte que me encanta, porque está retirado unos cuantos metros, y es de piedra y mucha madera. 

Todo esto es ahora. Pero hubo un antes que podría empezar con un Ricardo Fischer que instaló un puesto ganadero justo antes de que terminara el Siglo XIX. Después vinieron algunos más, como Eduardo Miche, que fundó la estancia La Berna. Y cuando nacía el Siglo XX, ya había una oficina de telégrafos, luego un juzgado de paz y así, de a poco, de a pocos. Cabo Raso comparte historia con otros rincones de la costa patagónica, que fueron creciendo al son de la actividad ganadera. Según el Censo de 1912, los Territorios Nacionales contaban con una población de 358.738 habitantes; Chubut, 24.948; y Cabo Raso, 138. Pero el apogeo duraría poco. La construcción de la RN3 se hizo a setenta kilómetros de la costa, y la RP1 quedó como un camino secundario. La última pobladora de Cabo Raso fue Mercedes Finat, y murió en soledad en 1985. Después, vinieron tiempos de abandono, hasta que a Elianne se le ocurrió que esto podría ser un refugio natural.

Ahora, en este casi octubre de 2023, una familia de choiques merodea entre las antiguas casitas, convertidas en hospedaje. Sobre la playa de canto rodado, alguien puso una hamaca mirando al mar. Hago planes en mi mente para volver y pasar varios días acá, retirado, sin luz eléctrica, frente al mar, en esta playita. La bahía le baja la intensidad al mar patagónico y en esta mañana de sol el agua suena mansa, hipnótica de vibraciones largas y suaves. Antes del mediodía saludo a Manu y a Seba y salgo con rumbo Sur por la RP1. Me esperan en Bahía Camarones, un pueblo que se debate entre seguir pescando y criando ovejas, o dedicarse al turismo. Pero ese debate lo conoceré mejor en unos días. Hasta acá, el primer capítulo de esta Crónica Azul. ✪


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