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Por los valles calchaquíes

Ideas de viaje para recorrer los Valles Calchaquíes. Una serie de sugerencias distintas a las que ofrece Google. De hecho, algunos lugares como el pukará de Ingamana no aparecen en el buscador. Así es que preparamos este informe que abarca desde Santa María, en Catamarca, hasta Cachi y La Poma, en Salta. La ruta 40, por el Gran Valle Diaguita Calchaquí. Vamo, pueh.


Escribe Guille Gallishaw. Fotos de Juan Martín Roldán y GG

Está la ruta 40. Está el ripio. Están los pueblos y parajes. Está el río Calchaquí, los puentes, los puestos. Están esas construcciones coloniales. Está el adobe. Están las polleras y los telares. Están las montañas altas y el valle. Están las llamas y las vicuñas. Están los cardones, por todos lados. Están los viñedos, los pimientos, las empanadas. Está el Gran Valle Diaguita Calchaquí, listo para salir a viajarlo. El tema es cómo. ¿En un día, yendo a ritmo intenso, para tener todo lo instagrameable? Es una opción válida. También debería estar el video con música de tendencia. Pero hay otra forma: esa que predicamos acá, de ir lento, atento, abierto, escuchando, durmiendo siestas, esperando el atardecer, pidiendo agua caliente para el mate y distrayéndose dos horas por una charla ocasional, en ese mercadito de adobe en el que te calientan el agua, bien caliente, para que dure.



Los valles calchaquíes atraviesan las actuales Catamarca, Tucumán y Salta y se extienden por más de quinientos kilómetros. Ahora imaginemos un viaje desde la parte Sur hacia el extreno Norte. Desde San Miguel de Tucumán, la RP307 trepa en caracol por la siempre verde Nuboselva, también llamada Yunga o Selva de Montaña. Pero a medida que se asciende, disminuye la cantidad de oxígeno y ese ecosistema húmedo desaparece lentamente, se transforma. Pasando por Tafi del Valle, el entorno montañoso disimula una suave transición a tonos ocres, camel. Después de atravesar el Abra del Infiernillo, Amaicha del Valle es el puente para conectar finalmente con la RN40, la mítica, la deseada, la que recorre la Argentina continental de extremo a extremo. Ahí nomás, unos kilómetros hacia el Sur, la ciudad catamarqueña de Santa María podría ser el punto de inicio del viaje. Es ahí donde empieza a florecer lo oculto. A la vista hay un mar de cerros, valles y ríos te atrapan desde la ventanilla del auto; pero hay algo más, que no se ve pero que está: rastros de una cultura que habitó este mar de cerros, valles y ríos, algunos cientos de años atrás. Entonces, en este viaje hay una suerte de volver al futuro, porque se conecta aquel universo del pasado, con este, del que somos protagonistas. Y un secreto se revela. Resulta que aquel universo del pasado está presente y, a medida que se avanza en este viaje por el Gran Valle Diaguita Calchaquí, aparece una verdad: esas comunidades aún hoy habitan este territorio sagrado. Vamos.


Santa María

René Chaile es profesor de Educación Física y amante del mountain bike. Pero también tiene adoración por Santa María, la ciudad en la que nació, se crió, formó su familia y ejerció la docencia. “Hola Profe”, le dicen por la calle. Él fue quien me recomendó conocer el pukará de Ingamana. “Toda la zona que rodea a Santa María es muy rica arqueológicamente. El valle sagrado del Yocavil ha tenido mucha actividad de pueblos originarios, así que si te interesa, hay mucho para ver”, dice y agrega que hay que caminar, explorar un poco, ir prestando atención: hay una historia oculta a la vera de la RN40. Entonces, el viajero se encuentra aquí con una valiosa motivación: la de explorar el pasado. Para René, uno de los mejores lugares para combinar trekking con arqueología es subir hasta el pukará de Ingamana. La antigua fortaleza está en la cumbre de un cerro empinado, justo frente a Punta de Balasto (35 kilómetros al Sur de Santa María, por la RN40). “Es impactante porque estamos entre dos cordones montañosos. Hacia el Oeste podés ver todo el Nevado del Aconquija, y hacia el Este, la Sierra del Chango.” El ascenso demanda un par de horas, y en la última parte se pone exigente; bueno, no tanto. Desde la cima se entiende porqué ubicaron allí una fortaleza: se tiene una vista 360 del gran valle. Al bajar, recomiendo que visiten el Museo Inti Quilla, en Punta de Balasto, sobre la RN40. Es una iniciativa de la familia Navarro, que busca poner en valor la historia y la cultura ingamana.

Quilmes

Las Ruinas de Quilmes hablan, cuentan una historia. Lo más difícil de imaginar para alguien que las visita en el Siglo XXI es que aquí llegaron a vivir 10.000 personas. Tal vez, para hacerse una idea de quiénes eran los quilmes o kelmes, lo mejor sea empezar por el Centro de Interpretación. Tiene cuatro salas por las que se va recorriendo la historia. Y terminado el recorrido, es momento de salir a conocer las ruinas de esta antigua ciudad, acompañados por un o una guía local, de sitio. Se trata de un gran entramado urbano, con pasadizos que comunican los distintos sectores, desde la parte más baja, hasta la más alta, donde se cree que residía la máxima autoridad. La historia oficial resume todo, lo sintetiza y, al hacerlo, le baja el precio. Pero cuando se está acá, pisando este suelo rocoso y polvoriento, escuchando al guía de sitio y caminando entre estas ruinas, la perspectiva se hace más amplia. Los estudios arqueológicos dicen que estas comunidades estuvieron asentadas aquí desde el 800 dC, que hacia el 1470 llegaron los Incas. Después llegaron los españoles y se encontraron con una resistencia feroz que aguantó los embates conquistadores durante 130 años. Lo que siguió fue horrible: a los que no pudieron matar, se los llevaron a pie a Córdoba, a Rosario y a Buenos Aires, a la actual ciudad de Quilmes.

Cae la tarde y nuestro guía, Sergio Yapura (foto, arriba), dice que es hora de volver. Con mi compañero de viaje, el periodista Juan Martín Roldán, nos quedamos un rato en silencio, haciendo no sé qué. Pensando, digiriendo supongo. Las últimas luces del día rozan al Nevado del Aconquija, mientras el gran Valle Diaguita Calchaquí ya quedó en sombra. Me gustaría que un cóndor sobrevuele estas ruinas ahora, así me imagino un mensaje de los quilmes, que viene del más allá. Pero no. Así que bajamos nomás. Mañana nos espera un tramo de ruta fantástico.



La Ruta

Con el paso de las décadas, la construcción del mito de la ruta Nacional 40 habilitó el deseo de salir a vivirla. Ya no es como antes, cuando todo era ripio y los autos salían con rejillas en los parabrisas para protegerse de alguna piedra voladora. En esta respiración larga entre Santa María y La Poma, la ruta tiene un primer tramo de asfalto. Y la primera parada: Cafayate, para hacer un poco de turismo, caminar el centro y visitar alguna de las bodegas.

Más luego viene el ripio: está en buen estado general, aunque con algún que otro serrucho. Siempre hay que ir con precaución, incluso sobre el cemento, ya que hay badenes anchos que, si venís muy rápido, te los comés. Esos badenes son, en realidad, cruces de ríos que, en verano, pueden arrastrar mucha agua por períodos cortos. Pero por fuera de estas recomendaciones, el paisaje va repartiendo cordones montañosos como el Nevado del Aconquija, con alturas que superan los 5500 msnm. Saliendo de Cafayate, el río Calchaquí se une al festín de accidentes geográficos. Y cuando los carteles anuncien a la Quebrada de las Flechas, poné las balizas y buscá un lugar seguro para estacionar. Y salí del auto con la cámara. Estas formaciones de color crudo, de roca calcárea, que asoman inclinadas son muy instagrameables. La ruta también juega con las alturas. De a ratos va bien al pie del río y, de pronto, una cuesta suave te deja una visión aérea de todo el valle. Tengo una prima que hace algunos años hizo este tramo en bicicleta. Eso la obligaba a ir parando en pueblitos y parajes, entrando en Angastaco o en San Carlos o en Payogasta. Este tramo de la ruta 40 Norte invita a ir así, de curioso, sin apremios, parando donde pinte, dándole espacio a la charla con la gente.



Cachi

Para saber qué hacer en Cachi sólo hay que poner esa frase en Google: qué hacer en Cachi. Allí aparecen los lugares más destacados y los restaurantes y hoteles con sus calificaciones. Lo mismo si ponés el hashtag #cachisalta en Instagram. Para esta última opción hay una advertencia: los colores pueden estar saturados en fotos y videos. Pero hay algo que no dice Internet, y es que podés conocer este pueblo de la mano de Hilda Corimayo (foto, arriba), nacida y criada aquí. Hilda es guía de turismo desde su adolescencia. Hoy, con algo más de sesenta años, aún lleva a turistas por sitios como Cachi Adentro, el Ovnipuerto, la pista de aterrizaje, los viñedos, Las Pailas y al pie del Nevado de Cachi. Hay una ventaja extra y es que uno sale con una guía local, con alguien que conoce no sólo los lugares, sino también sus secretos e historias. Además, es un valioso aporte a la economía regional. Otro dato es que Hilda le vende verdura orgánica a algunos de los restaurantes de Cachi, con lo cual te lleva a los mejores lugares para comer. Hay dos planes para hacer en el pueblo que a mí me gustan mucho. Uno es sentarse en las mesas del bar de Oliver, en la plaza, a tomar una cerveza y comer empanadas, mientras curioseás el ritmo del pueblo. El otro plan es entrar al Museo Pío Pablo Díaz, frente a la plaza. Ayuda mucho para entender la historia y, sobre todo, a los diaguitas que vivieron y que hoy viven aquí. De hecho, va la última recomendación: antes de encarar la Cuesta del Obispo para ir a la ciudad de Salta, visitar hasta La Poma, el último suspiro de la ruta 40 por los Valles Calchaquíes. ✪


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