REPORTAJES

Esta chica tiene el PODER

Cuando ingresó en el circuito argentino de kitesurf, cinco años atrás, lo hizo en la categoría de hombres porque no había chicas que compitieran. Hoy el deporte creció y hay más de cien mujeres que lo practican de forma regular. Pero Agustina Cerruti ya sacó ventaja: es la triple campeona argentina y tiene un dominio absoluto de las olas y el viento. Su vida tuvo algunos vaivenes, hasta que a los 23 pegó el volantazo: dejó el trabajo y la Universidad y se tomó un avión a Hawaii. Si estás pensando en cambiar de vida, leé esta nota hasta el final.


Reportaje publicado en diciembre de 2012, en la edición impresa número 10 de Ochentamundos


Escribe y saca fotos Guillermo Gallishaw

Mojada, temblando de frío y visiblemente agotada. Así veo a la triple campeona argentina de kitesurf, Agustina Cerruti (30). Es que el mar revuelto, las olas desacatadas, las violentas corrientes marinas y el viento irreverente de la costa de Buenos Aires la acaban de castigar: intentó dos veces entrar hasta donde está el swell que trae olas de dos metros, pero el mar la devolvió a la costa. Después de eso, la encuentro sentada en la playa, en esa parte en la que el agua apenas moja la arena. Con la mano izquierda sostiene el kite. Al lado, está su tabla: es de surf, ya que la modalidad que está practicando Agus es kitesurfing; pero a diferencia de los chicos que están ahora en el agua, la tabla de Agus no tiene straps (sujetadores para los pies), con lo cual, es muy complejo entrar al mar y superar el área en el que las olas no son olas, sino un revoltijo de aguas que se chocan.

Y ahí está ella, sentada sobre la arena. Miro la mano que sujeta el kite y me doy cuenta de que no para de temblar. Me mira y sonríe, pero estoy seguro de que por dentro está que explota de bronca. Ella, la súper campeona, no logra entrar al mar. Y así es la vida: una permanente sala de enseñanzas. ¿Qué le pasa a un Alfredo Barragán cuando, remando en kayak por el mar Caribe, las olas y el viento lo azotan y siente que ya no tiene más fuerza? ¿Qué le pasa a un Mariano Lorefice (ultra-mountain biker) cuando cruza los andes en su bicicleta y el viento del Oeste sopla tan fuerte que, por más que pedalee con todas sus fuerzas, avanza a paso de hombre? ¿Qué le pasa a un Sebastián Tagle cuando, después de correr durante siete días en Marruecos e ir liderando la carrera, se equivoca al leer un mapa y se pierde por doce horas?

Supongo que aprietan los dientes y le hacen frente al desafío. Es un poco lo que sucede en la vida… “Hay que pecharla”, dice un amigo.

Y en eso está Agustina. Intentó tres veces, pero el mar la maltrató; tanto que la terminó por expulsar. Luego estuvo sentada durante unos cinco minutos, de cara a ese mar embravecido, mirándolo a los ojos y pensando; o sintiendo. Y volvió a intentarlo. Adivinen… Logró entrar y se volvió surfeando la mejor ola del día. Esa es Agustina Cerruti.


Save de date

El tres de abril de 2005, las tapas de los principales diarios del planeta anunciaban que Juan Pablo II, el Papa que cambió la historia del siglo XX, había fallecido. Mientras esa noticia daba la vuelta al mundo y millones de personas se estremecían con la noticia, Agustina Cerruti pegaba un volantazo: chau trabajo, chau Universidad, chau familia. El tres de abril de 2005, Agustina se tomó un avión a Hawaii.

Cuando habla de aquel momento, recuerda que sus dos hermanos y su papá no le creían que, definitivamente, se iría. La que sí la apoyaba era su madre, y su hermana. Agustina vivía en La Plata y viajaba todos los días a Capital para cumplir con su trabajo en una oficina de Ceremonial y Protocolo. Durante muchos inviernos, hacía el trayecto de noche, cuando el sol aún ni asomaba. Y volvía a su casa de noche también, ya que después de su trabajo, se iba a la Universidad Nacional de La Plata donde estudiaba Periodismo. Eso fue entre sus adolescentes 19 y 21 años: lunes, seis de la mañana, sonaba el despertador; se pasaba todo el día entre colectivos, trabajo y estudio; a la noche, tipo 12.00, a dormir. Martes: lo mismo. Y así.

Cuando uno se cuestiona su estilo de vida, pocas veces es realmente en serio. Con esto quiero decir que cuando estás envuelto en la rutina, de repente pasa algo (por ejemplo, una exasperante demora en un tren repleto de gente) que te hace pensar: “basta, tengo que cortar con esto, es ridículo que todos los días haga esto, hasta esta hora y que esté tan cansado. No tiene sentido”. Pero después se pasa…

A Agustina no se le pasó… “Eso era lo que todos querían de mí… Digamos: lo que la sociedad quería de mí. Pero no era lo que yo –y cuando dice ‘yo’, se toca la zona del corazón con las dos manos –quería para mí”, lo simplifica ella. Por eso, un día se propuso ahorrar. Otro día, se compró un pasaje a Hawaii. Y otro, se tomó el avión que, previa escala en Dallas, la dejó en Maui. Y así de simple como lo cuento, Agustina Cerruti cambió de vida. Si alguien está buscando motivación para hacer un cambio en su vida, les recomiendo que la llamen, o que lean esta nota hasta el final.

La Naturaleza se gana una nueva amiga

Según parece, cuando la actual triple campeona de kitesurf de la Argentina era una niña, se la pasaba potreando por las instalaciones del Club Estudiantes de La Plata. Hizo gimnasia deportiva (destreza) y era buena. Pero a los diez años conoció el patín artístico y se enganchó. Le gustaba porque salían mucho de viaje a competir; en general, iban a otros pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires, y Agus había logrado un muy buen nivel deportivo. Pero ahí apareció el monstruo… El gran “sistema” (las comillas son mías) se paró frente a Agustina a los 17 años, cuando estaba terminando el colegio, y le dijo, palabra más, palabra menos: “Ahora, tenés que conseguir un trabajo e ir a la Universidad”. Y ella cumplió…

En el medio de esa rutina de viajar todos los días a Capital, trabajar y estudiar, Agustina encontró una pequeña luz, allá en el fondo del pasillo (no “esa” luz): un día, empezó a acompañar a uno de sus hermanos al Río de la Plata, ahí nomás de su casa. Iban a andar en jetski los fines de semana. Hasta que, en una de esas, un grupo de chicos la invitó a probar el windsurf, así nomás. Y ella dijo: “¡Sí! ¿Por qué no? A ver… ¿cómo es esto?”. De lo que más se acuerda es que, con 20 años, no podía levantar la vela: por más que hacía fuerza, no había caso. Intentó varias veces, y nada. Hasta que un chico le dio un par de indicaciones. “Y no fue que ahí la levanté al toque. Creo que me fui al agua sola y empecé a razonar, a deducir cosas. Sabía que era más maña que fuerza. Muy de a poco fui aprendiendo. Yo soy medio así: si algo no me sale, no paro hasta que me salga.”

De ahí en más, el río empezó a ser su oasis en medio de la semana. Iba los sábados, compartía tiempo con los chicos, aprendía cada día más y empezó a relacionarse con un entorno diferente: el río, el agua, los vientos, los pajaritos… ¡La Naturaleza! Y cuando eso te sucede, ya no hay vuelta atrás: pasar de una vida en la que el noventa por ciento de las horas transcurre en ámbitos urbanos, a una vida en la que esa proporción se modifica y se empiezan a vivir momentos intensos en un entorno de Naturaleza y deporte, suele ser trascendente. Y personalmente, creo que esa fue la clave de un cambio en la vida de Agustina que, en ese momento, ella ni se imaginó.

Algo que sí era evidente fue que cada vez navegaba más y mejor; tanto que empezó a ir a spots más complejos, como Mar del Plata o Cuesta del Viento.


Quién es Adolfo

Con Agustina tuvimos dos encuentros y unos cuantos mails y mensajes. La primera vez que nos vimos fue en su oficina. Yo vivo en Muñiz (una apacible localidad del noroeste del GBA), así que hice algo más de cien kilómetros hasta el lugar de trabajo de Agus. Su oficina está en Punta Lara, en el Río de la Plata, donde da clases de kitesurf; y cuando digo “en el río”, no podría ser más literal. Pero cuando llego, no la veo. Un chico se me acerca y me pregunta si soy el periodista que iba a entrevistar a Cerruti. “Ya se fue de acá. Seguime con el auto que te guío”, me dice. Minutos después entiendo que este chico es Adolfo Baez, el novio Agus. Y unas semanas más tarde, entendí que, además, es el mejor compañero que pudo encontrar.

Adol tiene 32 años, pero parece de menos. Cuando lo vi por primera vez, me pareció un veinteañero que, por ejemplo, vivía con y de sus padres (sin desmerecer a este estereotipo social, claro): rulos, metro setenta, pinta de skater y tesitura canchera. Y había algo de eso, pero no tanto. Adol es odontólogo, con un máster en implantes. Después de charlar bastante, me di cuenta de que, además de estar comprometido con su profesión, es algo que genera algún tipo de pasión en él. También hace skate y, según parece, muy bien. De hecho, fue él quien le enseño a Agus a darle a la patineta. Pero ese es otro capítulo.

Otro capítulo

Si un día se filmase la película de la vida de Agustina Cerruti, su romance con Adolfo aparecería en un segundo relato: empezaría siendo como una historia secundaria, y la relación de ella con el agua y los deportes sería la historia principal. Pero a medida que iría transcurriendo la película, la relación con Adolfo cobraría cada vez más protagonismo. Creo que sería ese tipo de personajes que, de a poco y por mérito propio, el espectador termina queriendo.

Ellos se conocieron por Lucrecia, la hermana de Adolfo. Lucrecia y Agus se hicieron amigas y, un buen día, los presentaron. En ese momento, Adol estaba de novio y, según se comenta por el barrio, esa chica no era una buena influencia… Pero no quiero basar mi relato sobre argumentos sacados de fuentes dudosas, con lo cual, sólo diré que, otro “buen día”, Adol terminó con esa relación.

El tiempo (el gran sensei de esta vida) fue demostrándoles que podían pasarla muy bien juntos. Ella le enseñó a navegar, y él le enseñó a hacer skate. Ambos empezaron a disfrutar de viajes a puro kitesurf, surf y skate, pero no sólo eso, sino que tanto Agustina como Adolfo comulgaron con el espíritu de estas tribus: compartir un deporte que, más allá de sus técnicas, tiene mucho de camaradería.

Día 1

Aeropuerto de Maui. Hawaii. El avión aterriza, Agustina se baja y llama a Magui, una chica que conocía y que la iba a alojar en su casa por un tiempo. “Me acuerdo que me fui a su casa y al toque quería trabajar. Pero Magui me decía que me relajara. Así que íbamos a navegar –lo dice con un tono relajado, alargando la última ‘a’ de navegaaar –y hacíamos windsurf todo el día. Hasta que en un momento dije: ‘bueno, a trabajar’. Y empecé a pintar casas con un conocido. Después de eso, hacía jardinería y así… me las estaba valiendo por mí misma, que era lo que quería.” Las anécdotas de esta etapa también son de película. Un día se compró un auto y a las cinco cuadras se le rompió un rulemán. “¿Cómo se cambia un rulemán en Hawaii?, pensé.” Parece que los mecánicos cobran caro allá, debido a que son mano de obra calificada. Y Agus no contaba con tanto dinero, con lo cual, se dijo: “lo tengo que cambiar yo”. Y así fue: cambió el rulemán solita.

Ese día llegué a la playa toda engrasada y me preguntaban qué me había pasado.”

En esta etapa de su vida, hubo como un éxtasis constante, ya que Agustina hacía windsurf todos los días (o casi) en Hookipa, la meca mundial de este deporte, donde las olas son perfectas y sopla un viento ideal.

Cuando la etapa “Hawaii” se terminó, Agustina empezaba un nuevo camino en su vida: ya no más rutina de oficina, ya no más viajes a Capital, ya no más Universidad. La parte más difícil ya había pasado: tomar la decisión y llevarla al campo de la acción. A partir de ese momento, sólo quedaba una tarea: analizar cómo vivir del deporte.

De «sola en el mundo» a «casi sola»

No hay datos oficiales acerca de cuántas mujeres practican kite en la Argentina, pero lo que sí hay es un relevamiento que hizo la propia Agustina: hoy, cerca de 100 chicas practican el deporte, y aunque parezca poco comparándolo con otros deportes como el windsurf, esa cifra era impensada unos cinco años atrás, cuando las chicas que competían en kitesurf eran contadas con los dedos de una mano.

Después de haber empezado de cero con el surf y el windsurf, para Agustina no fue difícil aprender kitesurf. Empezó a los 25 años y enseguida le agarró la mano. Tanto, que salió a competir al circuito nacional, pero lo hacía entre hombres, ya que no llegaba a armarse la categoría de mujeres por falta de participantes… Con el paso del tiempo, cada vez más chicas empezaron a sumarse y a viajar a las competencias del circuito argentino. En la actualidad, Agustina es la triple campeona argentina y cuenta con el esponsoreo de Reef Girls, F-One (equipos de kite) y Thermoskin. Todo va muy bien en su vida. O casi todo…

“Hace unos días, nos confirmaron que el kitesurf entraba como deporte olímpico. Fue una satisfacción hermosa –me cuenta el lunes 13 de noviembre de 2012, en el Club Universitario de Punta Lara–. Hasta el viernes pasado estábamos con esa noticia, así que empezamos a formar el equipo que iría a Río de Janeiro 2014. Pero para que un deporte pase a ser olímpico, otro deporte debe dejar de serlo. En este caso, el windsurf había quedado afuera. Parece que hubo una gran protesta de windsurfistas por este tema, y el Comité Olímpico Internacional decidió aceptar esa apelación y nos quedamos afuera… Un bajón…”

-¿Cómo sigue tu calendario entonces?

-Ahora pienso salir a correr algunas fechas del circuito mundial, pero voy a elegir lugares que me gusten. Me tomaré el año para competir a nivel mundial, pero también para viajar. Tengo ganas de eso ahora.

-¿Fuiste alguna vez a campeonatos mundiales?

-Sí, corrí algunas fechas. Está bueno porque te encontrás con muy buen nivel. En el mundo hay cinco chicas que son intocables: todas tienen cerca de 20 años y viven para entrenarse y competir. Gisela Pulido, por ejemplo, empezó a hacer kite a los siete años, y hoy, con menos de veinte años, la rompe. Y acá en Argentina pasa algo parecido, en cuanto a que hay chicas de 19 o veinte años que andan muy bien y que, en unos años, van a tener un nivel excelente.

Cuando Agustina fue a competir a Brasil, terminó sexta. Se podría decir que está cerca de las Cinco Fantásticas. Pero dice que no le importa demasiado si termina primera o sexta: el desafío pasa por otro lado…

El día que me tenía que encontrar con ella en Mar del Plata, no habíamos ajustado el lugar exacto del encuentro. Por eso, cuando pasé por las playas cercanas a la Avenida Constitución y vi que había varios kites en el cielo, pensé que podría estar ahí. Pero no. Ella estaba en las Playas del Balcón, cerquita de El Faro; es un spot al que sólo van los locales, o quienes la tienen realmente clara, ya que las condiciones para navegar son muy complejas: por la geografía, el mar suele tener un fuerte cruce de corrientes, olas de más de dos metros y un viento irreverente. Ese día y en ese lugar, vi cómo Agustina luchaba contra ella misma; no por un primer puesto ni por ganarla a otra chica. Se quería ganar a sí misma.

El mar la castigó un par de veces y hasta creo que logró intimidarla. Pero a pesar de eso, siguió hasta que logró entrar y surfear una ola con un estilo limpio, casi diría maradoniano por la exquisitez de los movimientos. Después salió. Y estaba feliz.

-Es bastante difícil porque la orientación del viento no ayuda a correr la ola, pero la verdad es que hay muy lindas olas. Al no tener straps en la tabla, se me hacía difícil poder quebrar y pegarle, porque el agua está bastante chopeada…

-…

-Se dice que está chopeada cuando hay mucho movimiento en el agua, y no está glass. Eso es por la orientación del viento, que está soplando más del Sur que del Suroeste.


A la altura de un niño

En cine, el plot point es un punto de giro en la historia. Sucede algo que hace que el personaje deba tomar una decisión; y esa decisión hará que la historia vaya en una dirección, y no en las otras posibles. Si el día que alguien le dijo a Agustina: “¿Querés probar hacer windsurf?”, la historia habría sido distinta si ella hubiese respondido: “No, gracias”. Pero dijo que sí. Por eso, se fue a vivir a Hawaii, por eso navegó en olas de seis metros en Hookipa, por eso a los 25 empezó a practicar kitesurf, por eso a los 28 empezó a hacer skate (y la rompe), por eso es la actual campeona argentina de kite, por eso hoy está acá, en estas páginas…

“Me gusta eso de empezar de cero, pero cuando ya sos grande. Me pasó con el windsurf a los 25, me pasó con el kite, y me pasó con el skate, que es un deporte maravilloso. Cuando me subí por primera vez a un skate, no tenía idea de cómo se andaba, y al lado mío había chicos de cinco años que la rompían. Y me gusta eso de empezar de cero otra vez y ponerme a la par de un niño. Es interesante. Lo recomiendo.” 



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