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El curioso caso de Vivian Maier

Es el año 2008 y en una sala de remates de Chicago, un muchacho compra una caja con miles de fotos antiguas. Cree que le servirán para el libro de historia que está por escribir, pero se equivoca. De hecho, ni se imagina que acaba de hacer un descubrimiento que le cambiará la vida. A él, pero también a la historia de la fotografía.


Escribe Guille Gallishaw. Fotos de Vivian Maier.

La historia es más o menos así. John Maloof quiere escribir un libro de historia sobre Chicago. Busca material y da con una caja llena de fotos antiguas y rollos sin revelar. Se da cuenta que no le sirven pero, por curiosidad, googlea el nombre de la fotógrafa: Vivian Maier. Resultados de la búsqueda: cero. No hay nada sobre esa mujer. Pero Maloof tira del hilo. Se obsesiona con la investigación y acontece lo inesperado.

Vivian Maier nació en Nueva York el 1 de febrero de 1926, pero pasó parte de su niñez en Francia. Su madre era francesa; su padre, austríaco (las abandonó). En 1951 vuelve a NY. Le gustaba la fotografía, probablemente por influencia de la fotógrafa Jeane Bertrand, amiga de su madre. Pero como no podía vivir de eso, buscó un empleo que le permitiera tener tiempo para salir con su cámara. Entonces, consigue trabajo como niñera. Primero en Nueva York, y luego en Chicago. Así es que cuida niños y, mientras los lleva a pasear por la ciudad, saca fotos. Muchas.

El día que John Maloof descubrió quién era Vivian Maier, Vivian Maier llevaba 48 horas muerta. Fue a fines de abril de 2009. Maloof tenía 28 años. Maier había vivido 83. Por un pequeño error en la Matrix, no llegaron a conocerse. O, mejor dicho, Maier no conoció a Maloof. Porque Maloof sí conoció a Maier. Y mucho. Obsesivamente.


Así empieza todo

Hay un dato de la infancia de Maloof que podría explicar gran parte de lo que sucedió a partir de 2009. Su abuelo era un habitué de los remates. Su padre heredó ese pasatiempos, y John y su hermano, también. Iban a subastas de garage para ver si, con la reventa, lograban hacer alguna diferencia. Por eso, cuando John estaba por escribir un libro de historia sobre Chicago, lo primero que se le ocurrió fue ir a un remate para ver si conseguía fotos antiguas de la ciudad. Era el invierno de 2007. En el lugar de subastas ofrecían distintas cajas con fotos, y John eligió la más grande. Pagó 380 dólares, pero cuando llegó a su casa y miró el material, se dio cuenta de que no le servían para el libro que estaba por escribir. Pero sólo por curiosidad, googleó el nombre de la fotógrafa y el resultado fue CERO. Ni un sólo link sobre Vivian Maier. Las fotos le parecían buenas, pero no sabía si tenían algún valor. Así que escaneó doscientos negativos, armó un blog y compartió el link en Flickr. Y fue un éxito: se llenó de comentarios que elogiaban las fotos. Maloof se sorprendió y la obsesión se apoderó de él. 

De inmediato se puso a buscar información sobre esta fotógrafa fantasma. Encontró una dirección postal, buscó el teléfono, llamó y cuando dijo que estaba buscando información sobre Vivian Maier, la respuesta lo dejó pasmado. Le dijeron que Maier había sido una niñera; no tenía familia, no había tenido hijos, no se le conocían amores. También le avisaron que estaban por tirar todas sus cosas, que permanecían  guardadas en un garaje, de esos que usan los yankees. Allá fue John, a rescatar todo sin ninguna certeza de que semejante movida tuviera sentido. Cargó todo en su auto y volvió a su hogar. Pero ahora tenía un problema: el playroom de su casa estaba repleto de cajas de esta mujer. Además de cien mil negativos, setecientos rollos a color y otros dos mil en blanco y negro, había vestidos, zapatos, tickets de cosas, pasajes a diferentes lugares del mundo, dientes. Pidió ayuda a museos, porque organizar todo eso en solitario era una locura. Pero no consiguió apoyo. Y si hay algo que no lo detiene a Maloof son los no, las respuestas negativas. Así fue que se puso a imprimir y a enmarcar algunas de las imágenes, y organizó una muestra en el Centro Cultural Chicago, ese histórico edificio de estilo neoclásico, a ocho cuadras de la costa del lago Michigan. Se llenó de gente y la historia saltó a los medios de comunicación. A partir de ahí, la historia de Vivian Maier fue imparable. 

Pero antes hubo un hecho que corrigió el destino. 

El hecho que corrigió el destino

Después de la muestra en el Centro Cultural, Maloof empezó a vender una parte del material de Maier por internet. Con ese dinero, John financiaría todo el trabajo de edición, escaneo e impresión. En ese momento, el artista estadounidense Allan Sekula le dio un tirón de orejas; le hizo ver el gran valor que tenía la obra de Maier, pero toda reunida, no dispersa. John le hizo caso, recuperó lo que había vendido y se puso a reconstruir la historia y la obra de Vivian Maier.


La historia y la obra de Vivian Maier

Hay una historia reconstruida, pero con faltantes. Es un rompecabezas gigante al que le faltan muchas piezas. Pero, más o menos, es así. El 1 de febrero de 1926 en el Bronx de Nueva York, una mujer francesa da a luz a una niña y la llama Vivian. También le pone el apellido del progenitor: Maier. Pero el señor Charles Maier, de origen austríaco, se irá pronto de las vidas de madre e hija, y no porque se hubiera muerto. El nombre de esa madre es María Jaussaud y su destino estará marcado por la falta de recursos para sobrevivir con una hija, en una Nueva York entrando en la Gran Depresión. Así es que decide volver a las praderas de su pueblito natal en Francia, a casa de su madre, en Saint Bonnet-en-Champsaur: un valle verde, rodeado de montañas, donde actualmente viven algo más de dos mil personas. En esta parte se pierden varias piezas del puzzle. En algún momento María decide que es mejor volver a Nueva York. Durante esa nueva etapa en la Gran Manzana, María se hace amiga de la fotógrafa surrealista Jeanne Bertrand, con quien convive un tiempo. Si bien Vivian aún era una niña entrando en la adolescencia, es muy probable que la presencia de Bertrand en su vida haya influido. Pero, por alguna razón, finalmente vuelven a Francia.

Los primeros registros de Vivian con una cámara son allí, en Saint Bonnet-en-Champsaur, con una Kodak Brownie, una máquina cuadrada y negra, que sólo permitía regular la velocidad de obturación. A los 23 años, Vivian decide emanciparse y se sube al De Grass, un buque a vapor que la deja en Nueva York. Es el año 1951 y el mundo acaba de salir de la Segunda Guerra Mundial. Dice la Doctora en Letras de la Universidad Autónoma de México, Elsa Rodríguez Brondo: “En las imágenes de Maier de los años cincuenta la guerra ha terminado, para volverse metafísica. Cierta banalidad se ha instalado en un mundo que se reconstruye en la destrucción, corriendo vertiginosamente hacia los placeres del Estado de bienestar que apenas hoy se sostiene”.

De todos los trabajos que Maier podría haber buscado, eligió uno que le permitió sobrevivir y, a la vez, sacar fotos. Vio un aviso en el diario en el que pedían una niñera. No llamó por teléfono. Se fue directamente con su valija a la dirección que figuraba en el aviso. Era en  Southampton, ese barrio de Long Island copado por ricachones. La tomaron, y esa primera experiencia como niñera fue un éxito. O, al menos, descubrió que podía hacer bien el trabajo y, además, salir a sacar fotos. Ya para 1952 pudo comprarse su Rolleiflex, esa icónica cámara de formato medio. Un dato interesante es que la Rollei tiene el visor en la parte superior del cuerpo. Eso le permitía a Vivian tomar fotografías con la cámara en el pecho, sin adoptar la delatora posición del fotógrafo, con la cámara delante del rostro, con la actitud inequívoca de estar sacando fotos. Por eso, el estilo espontáneo de Maier es parte de su identidad como fotógrafa. En su obra, hay cientos de personas retratadas sin percibir que le estaban tomando una foto. Pero sigamos, porque lo mejor recién comienza.


Lo mejor

Para 1956 decide mudarse a Chicago, donde vivirá hasta que la muerte la separe de su cámara. Hay tres espacios que Vivian explora, recorre, cuestiona: la niñez, la marginalidad y la fotografía. 

Por un lado, no es una niñera cualquiera. Con los hijos e hijas de estas familias, salen de paseo, de excursión, a explorar los lugares más bizarros de la Chicago de los años 50 y 60. Un día van al matadero. Otro, al centro de la ciudad. Otro, a un suburbio. Otro día sucede un accidente de tránsito y Vivian se pone a sacar fotos de la situación; tanto se compenetra que pierde de vista a los niños que están a su cuidado. Mientras todo eso va sucediendo, Maier colecciona diarios y separa noticias que le interesan, femicidios sobre todo. Junta tantos diarios que el suelo de la habitación que le prestaron para vivir comienza a hundirse. Hay algo hipnótico, o curioso, o extraño, o todo a la vez en Vivian Maier. La gente que la contrata la ve como una niñera súper efectiva y afectiva, así que eso está muy bien. Pero, a la vez, la ven como un personaje díscolo, reservada (les prohibía que entraran a su habitación, o sea, la habitación que esa misma familia le estaba prestando) y que infundía una mezcla de respeto y miedo (tal vez por su estatura y sus formas bruscas).

En sus retratos se ve gente que vive en la calle, ancianos que parecen a punto de caerse, un niño negro que le lustra los zapatos a un niño blanco, el culo de un obrero, un diarero dormido en su kiosco, un señor obeso. Todas las fotos reflejan un gran sentido de la composición, y un asombroso manejo de la luz. Pensemos que, para sacar fotos instantáneas, el encuadre y la medición de la luz deben hacerse a una velocidad de segundos. 

Según pudo reconstruir Maloof, en algún momento Vivian dejó de trabajar porque el físico ya no le respondía como antes. Los años habían pasado para Vivian. Sin hijos, sin parientes, sin amigas, la tercera edad la encontró sola y ya sin niños a los que cuidar. Llevó todas sus cosas (cámaras, rollos sin revelar, diarios, agendas, ropa) a un garage y empezó a vivir en la calle. Por ese entonces, tres de los niños que ella había cuidado muchos años antes, la reconocieron y le pagaron un alojamiento. En eso estaba, rondando los ochenta años, cuando un día de invierno patinó en el hielo y se golpeó la cabeza. La internaron y poco tiempo después, murió. Y con ese acto de irse de este mundo, se fue un misterio que le rompe la cabeza a gran parte del universo artístico: porqué una fotógrafa tan excepcional jamás intentó dar a conocer su trabajo.

Fin

“Vivian Maier pudo haberse dedicado a un trabajo en el ámbito de la fotografía periodística o comercial -reflexiona Elsa Rodríguez Brondo –. Incluso, acceder con su talento al sueño americano de fama y prosperidad, pero no fue así. En su caso, la lógica capitalista no pudo ser el parámetro de sus expectativas o tal vez sí, pero a la inversa. Maier parece haber decidido el oficio de niñera en función de la situación de la mujer de clase media en su época. Es decir, en un estado de reclusión en la que se encontraban tanto las amas de casa, las obreras o las empleadas de oficina, ella optó por una tarea que le permitía deambular por las calles como un flâneur, sin la vigilancia de un jefe inmediato, en compañía y complicidad de los niños.”


Para escribir este artículo, consulté diversas fuentes. Dejo el link al artículo completo de Rodríguez Brondo acá, y el del documental Finding Vivian Maier, de Maloof.


 

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