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A la Puna con amor

Guía para visitar Antofagasta de la Sierra. Primero: no googlear. Segundo: agarrar un mapa de papel. Tercero: subirse al auto y salir a la ruta.


Escribe y saca fotos Guille Gallishaw

A veces conozco gente que, cuando se entera que viajo mucho, en seguida me pregunta cuál es mi lugar preferido. El altiplano de Catamarca, digo, e intento justificar. Y mientras hablo, me doy cuenta de lo inevitable. No se puede contar la belleza de un lugar porque, al ponerlo en palabras, el paisaje se desarma, se cae en pedacitos mientras lo vas nombrando. Como cuando estás enamorado de alguien y querés explicar porqué. A veces intento impresionar contando que hay un lugar que se llama Campo de Piedra Pómez, y las personas, al escuchar eso, ya se imaginan una larga extensión de piedritas como las que hay en los baños para sacarse los cayos. Entonces, cuando yo digo que el pantone ondea entre el color crudo y el camel, con piedras del tamaño de un container, apoyadas sobre un suelo de arena negra, desparramadas sobre una superficie inabrazable, las personas ya no me están prestando atención porque se quedaron imaginando lo lisos que le quedarían los pies.

Si hay alguien que quiera escuchar más sobre este lugar, seguramente le hable de Felipa Mamani, una señora que vive en Los Nacimientos. Llegué hasta ahí porque andaba perdido. Queríamos ir al salar de Antofalla, el más grande del mundo, pero los caminos no estaban bien señalizados, así que dimos con un caserío en medio de este desierto lunar: Los Nacimientos. Me enamoré de Felipa y de la comunidad, y volví varias veces. Porque cuando te enamorás, hacés miles de kilómetros sin preguntarte jamás qué estás haciendo. 

Hay un riesgo cuando uno viaja al altiplano. Altiplano, o sea, algo que está a una altitud considerable, y que es liso. Está alto, sí, por encima de los cuatro mil metros, pero no es literalmente plano. De hecho, es bastante irregular, con volcanes de un negro impúdico, y sierras ondulantes con un pastito ocre que, visto desde el auto, parece sedoso, suave, pero que cuando te bajás, es duro, áspero. Porque para sobrevivir a los cuatro mil metros y a los treinta grados de amplitud térmica, tenés que hacerte fuerte. Decía que hay un riesgo, y es apunarse, es decir, volverse puna. No, no es eso. Apunarse es que la puna quiera expulsarte. Eso parece. Porque empiezan los mareos, los dolores de cabeza, el malestar, el qué lugar de mierda, me quiero ir. Para eso hay dos remedios: subir lento, de a poco, y tomar mucha agua. Tomar más agua de la que te estás imaginando, para suplir el oxígeno que el cuerpo no puede atrapar por estar arriba de los cuatro mil. Darte oxígeno. Eso hace el altiplano de Catamarca, darte oxígeno, a pesar de que hay poco. No sabías que esto te haría bien, hasta que estás ahí, haciéndote bien. No sabías lo que era el silencio hasta que estuviste en el Campo de Piedra Pómez. No sabías que podías, hasta que sentís el abrazo de alguien. No importa de quién. Bueno, borro lo de no importa de quién.

Acá dejo el link a una verdadera guía de Antofagasta. ✪

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