VIAJES

La constelación Payogasta

Tres amigos tuvieron la idea de organizar workshops de fotografía por distintos lugares de Salta. El proyecto se llama Mirada Calchaquí. Viajamos a la última edición: tres días en Payogasta con treinta amantes de la fotografía digital y analógica. Esta es la crónica.


Escribe Guille Gallishaw. Foto de apertura de Sofía Barket.

En la escena es de noche. Hay una vereda, césped prolijo, el cordón y la calle. También se ve, al fondo, una hilera de postes de luz que se superponen. Un cartel de stop. Hay luminaria urbana y luces de algunas casas. En el cielo, la Luna. En el pasto, sobre la derecha de la imagen, una silla. Sobre la silla, un hombre canoso, de pelo por los hombros, anteojos, camisa celeste, corbata y tiradores. No se aprecia si está en bermudas o en calzoncillos. Medias blancas que le llegan casi hasta la rodilla. ¿Zapatillas? Es Ray Bradbury. Para sacar la foto, Rubén Digilio expuso la película de diapositiva Velvia 50 durante un minuto. En ese tiempo, disparó un flash cinco veces desde diferentes ángulos. Es decir que, durante esos sesenta segundos, corrió por diferentes puntos de la escena disparando un flash de forma manual. Además, sobre un trípode se activó otro flash con la luz concentrada en Bradbury. Rubén Digilio cuenta todo el proceso en la sala de un hotel en las montañas de Salta. Lo escuchan cerca de treinta fotógrafas y fotógrafos. El encuentro se llama Mirada Calchaquí, y las personas que asisten gustan de la fotografía digital y analógica. El mundo que describe Rubén Digilio pertenece a un pasado cercano. En ese pasado, existía un oficio: el fotorreportero o fotoperiodista. Rubén Digilio trabajó como fotorreportero durante treinta años. Habla con ritmo frenético, propio de alguien que piensa más rápido de lo que puede hablar. Propio de alguien con mucha información y conocimiento. Propio de alguien que quiere, ante todo, contar. Mide algo menos de un metro ochenta de estatura y se sacó una foto junto al actor Diego Peretti por el parecido físico. Cuando le hizo fotos a Charly García, hubo poco tiempo y Charly lo apuró: “Dale, Ron Wood”, haciendo referencia a su parecido físico con el guitarrista de The Rolling Stones. Hay un arte y un oficio que habita dentro de Rubén Digilio. Su mente discurre en una suerte de dualismo: la técnica y la creatividad. Cuando piensa una foto, presta atención a lo que le genera el personaje o el paisaje y, al mismo tiempo, aplica técnicas. En este encuentro, Rubén Digilio dio dos charlas. Dos clases. Dos clases maestras. En un momento, la retratista Felicitas Bonino lo interrumpió para pedirle que pasara las fotos más lentamente. Alguien le discutió acerca de qué foto de su producción en Aracataca era mejor y porqué. Nadie preguntó pero todos quisieron saber más acerca de su producción fotográfica con el entonces candidato a presidente Mauricio Macri. Sólo se pudo saber que Rubén Digilio está disconforme con las personas que no respetan el trabajo del fotoperiodista. A mí me generó añoranza cuando habló de su etapa en la que trabajaba con diapositivas. La añoranza es una forma de mirar hacia el pasado. En mi caso, ese pasado estuvo marcado por la fotografía y la escritura. Pero un día pasó lo que tenía que pasar: perdí motivación.


Logro de Elvira. Restaurante Abasto, Sala de Payogasta

El poder de las fotos

No supe que soy adoptado hasta los 28 años. Por eso, cuando pienso en mi niñez, me da escalofríos no haber sabido quién era. Enrique es mi papá. O sea, el que me adoptó. En aquellos años, Enrique sembraba y cosechaba papa en unos campos del Norte de Buenos Aires. Entonces, una buena parte de la niñez la pasé en un rancho de la pampa húmeda. Hay fotos. Una con mi hermana. Supongo que tendríamos seis y cinco años. Es un amanecer. Debajo de la bomba manual de agua había una palangana con agua. Por las mañanas de invierno, la capa superior se congelaba. En la foto, Mari y yo sostenemos esa capa de hielo. Yo llevo puesta una boina que me queda grande y un sobretodo que también me queda largo de mangas. Esa foto retrata un instante, pero cuando le veo me lleva a una época, a unos años. El poder de las fotos. Pero, también, el poder de la mente. Hay otra foto que tuve muchos años en mi mente. Mi mamá, embarazada. Pero resulta que es mi mamá adoptiva, Elina. Y resulta que Elina jamás estuvo embarazada. Para mí, esa foto existía en el orden de lo real. Mucho tiempo después, entendí que mi mente necesitaba esa foto para sobrevivir en ese remolino de mentiras. Una foto que nunca existió pero que me sostuvo. Supongo que de manera inconsciente, cuando me fui convirtiendo en fotoperiodista, esa idea estuvo presente. Por eso me gustan las fotos espontáneas y soy tan reacio a las fotos posadas o producidas. Durante este viaje que hice a Payogasta, en el que escuché a Rubén Digilio, recuperé algo de mí que estaba entre tinieblas.

Mirada Calchaquí

Resulta que dos amigos organizan un encuentro de fotografía que se llama Mirada Calchaquí. Juan Martín Roldán y Nicolás Preci son de Buenos Aires pero viven en Salta desde hace más de una década. Ambos son fotógrafos. En realidad, hay un tercero, que se llama Javier Corbalán y es salteño. En estos encuentros, dan algunas charlas, invitan a algún referente y salen a hacer fotos por el lugar. Esta vez fue en Payogasta, un pequeño idilio del valle Diaguita Calchaquí. También se come rico y se toma vino, salteño, por supuesto. Decidí venir e invité a dos personas. Diego Méndez es mi amigo y socio en una cafetería. Felicitas Bonino es mi prima y, además, es retratista, es decir que se especializó en retratos fotográficos. Viajamos en auto desde Buenos Aires e hicimos noche en Santiago del Estero, la ciudad más antigua del país. Hace rato que quiero hacer un viaje por esta provincia, de la que apenas conozco el Parque Nacional Copo. Esta vez tenía un par de horas antes de seguir hacia Salta, y con Felicitas entramos al Centro Cultural del Bicentenario. El edificio fue construido en el Siglo XIX y fue la Casa de Gobierno. En su interior hay tres museos provinciales. Me quedé con ganas de visitar el Patio del Indio Froilán. Pero, si todo va más o menos bien, este año volveré para la Noche de los Bombos.


Los organizadores de Mirada Calchaquí, junto a Rubén Digilio

Los Carabajal, los OVNIs y una película

Antes del mediodía seguimos para Salta y cruzamos el Río Dulce por el Puente Carretero. Hay un documental de los Carabajal que se llama Chacarera. En una de las primeras escenas, un grupo de niños y niñas interpreta Desde el Puente Carretero. Nosotros pusimos en loop la versión de Los Manseros. Pero decía que seguimos para Salta. El mapa de las regiones geográficas de la Argentina que nos hacían comprar en el cole marca muy bien esta transición que estamos haciendo ahora nosotros, yendo de Santiago a Salta: del chaco seco a las yungas, del llano a las montañas nubosas. Y nosotros lo vemos por la ventanilla. También vemos puestos que venden tortugas. Puteo pero me callo porque a mis compañeros de viaje no les parece nada fuera de lo normal. Tengo en mente una escena para una película: hacer un falso plano secuencia desde la ventanilla de un auto, desde la Ciudad de Salta hasta Piedra del Molino. Pocas veces puede verse en un tramo tan corto el cambio tan brusco de paisaje. De la nuboselva o yungas o selva de montaña, donde todo es húmedo, verdoso variado, con los rayos del sol que apenas se filtran, a ese frío seco y sol diáfano a los 3457 metros sobre el nivel del mar. No tengo la idea de la película, pero sí de ese plano. Ahora, mientras escribo, me imagino algo así: una mujer que es descendiente de diaguitas que vuelve a su Cachi natal después de algunos años viviendo en Buenos Aires. Tiene la emoción de volver a su lugar de pertenencia. Pero la combi que los lleva se rompe a la altura de la recta del TinTin. Se hace de noche, no pasan autos. Hasta que, de repente, ven una luz que se aproxima. ¿O está quieta? Algunos se paran en medio de la ruta para hacer señas, pero la luz se apaga. Hay unos segundos de oscuridad hasta que, inesperadamente, la luz aparece detrás de ellos, como entre las montañas. Es un OVNI. Hasta ahí se me ocurre. Parece ciencia ficción, pero no lo es. Cachi es famoso por el avistamiento de OVNIs. Si hay alguien interesado en el asunto, puede contactar a Antonio Zuleta, un salteño que lleva una vida dedicada a los objetos voladores no identificados. De todos modos, quisiera aclarar que no es un fenómeno contemporáneo: entre OVNIs y diaguitas se entienden desde hace más de diez mil años.


El valle de las ofrendas

Payogasta es un pueblito atravesado por la RN40. “La cuarenta”, como le dicen a esta ruta, pasa por el medio del pequeño y adobado casco urbano. En este tramo, el río Calchaquí va paralelo a la traza, por el medio de un valle salpicado de ofrendas. Hacia el Este, los cerros se escalonan hasta el cordón del Nevado de Cachi, cuyo pico más alto es de 6380 metros sobre el nivel del mar. En el año 2007, Diego Méndez y yo hicimos un viaje por este mismo lugar. Unos kilómetros más al Sur, volcamos. A la altura de Los Nacimientos, chocamos contra un costado de la ruta, dimos un par de vueltas en el aire y caímos sobre unas matas que, por suerte para nosotros, eran muy frondosas y amortiguaron la caída. Era la primera vez que Diego manejaba en ripio y, en una curva, el auto perdió adherencia. Nos salvamos por un pelito. Pasaron los años y yo volví a esta zona unas diez veces. En 2018 vine para grabar un documental. Entre las personas que entrevisté, estaba Jorge Cabral, un arqueólogo que investigaba antiguas poblaciones de la región. No necesito volver al archivo para acordarme de un dato que me dio Jorge Cabral: en Puente del Diablo se encontraron cuerpos momificados del 8000 a.C. La mayoría de las veces, los museos históricos no cooperan para que el visitante se interese. El de Cachi tampoco. Pero esa vez, Jorge Cabral me explicó que el museo propone un recorrido cronológico que empieza con los primeros habitantes de la zona, y llega hasta la invasión española. Jorge Cabral no dijo invasión. Le pregunté desde cuándo habitaban los calchaquíes. “Bueno, el nombre calchaquí proviene de crónicas. Pensemos en la mediación que hay para poder establecer ese nombre. Personas europeas que no conocen el territorio ni manejan el código cultural, escriben. Y, a través de esas escrituras, nosotros consideramos que eran calchaquíes.” “Diaguita es un nombre impuesto por los españoles”, me había dicho Ariel Prieto, de la comunidad diaguita calchaquí Las Pailas. Ariel Prieto también había mostrado su disgusto por el reconocimiento al Camino del Inca como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Cree que deberían haber reconocido a las comunidades originarias, de una vez por todas. Pre calchaquíes, calchaquíes, incas, españoles, argentinos. “La reflexión sobre estos temas se estanca siempre”, pienso  mientras camino por las calles empedradas del centrito de Payogasta. Cae la tarde y quienes vinimos al encuentro de fotografía Mirada Calchaquí estamos caminando y haciendo fotos por el pueblo. Una especie de reconocimiento del lugar, pero buscando el punto de vista individual, personal. Cuando la noche se apodere de este valle, la vía láctea atravesará esos pensamientos como una hoja afilada y ya no habrá palabra alguna que nos dé certezas.


Noche de fotos con cardones de fondo

Digilio. Herzog. La verdad

El mes de marzo trae días templados y noches y mañanas frías. No logré dormir bien. Supongo que por la altura que, aunque no es tanta, parece que me afectó un poco. No dormir bien me pone de mal humor, pero a esta altura de mi vida puedo reconocer esas emociones y salir mejor parado. Después del desayuno, los organizadores nos esperan en un salón de la hostería Sala de Payogasta para empezar con las charlas. El primero es Rubén Digilio, uno de los mejores fotorreporteros contemporáneos. Ese mismo que hizo el retrato de Ray Bradbury que contaba al comienzo de esta crónica. Por esos días, estaba leyendo Cada uno por su lado y Dios contra todos, la autobiografía de Werner Herzog. Tal vez influido por esa lectura, en mi mente tracé un paralelismo entre Rubén Digilio y Werner Herzog. Ambos tienen una creatividad decidida para transmitir lo que ven. El cineasta bávaro habla de la verdad y de sus múltiples abordajes. Y en sus películas, su mirada fue cobrando una identidad potente. Una película de Herzog es inequívocamente de Herzog. Algo parecido me pasa con Digilio. Los cielos contrastados, los sujetos iluminados con flash, la saturación de la escena. Sus fotos me atrapan y me cuestionan por partes iguales. Mi estilo es diferente, casi diría opuesto. Pero, aún así, veo sus fotos y pienso largamente en su abordaje. Mi idea de periodismo tiene una premisa: vivir lo que voy a fotografiar o sobre lo que voy a escribir. Pasar tiempo en un lugar o con un personaje, oler, observar, percibir incomodidades, darme tiempos, darle tiempos al reporteado, convivir. “De todos modos, no todos sabemos lo que es la verdad; ni los filósofos ni el papa de Roma, ni siquiera los matemáticos. Yo siempre veo la verdad como una actividad, una búsqueda, un intento de aproximación, no como una estrella fija en el horizonte”, dice Werner Herzog. Rubén Digilio dijo algo parecido. Así que salí de esa charla y pensé largamente en la verdad.

Sala de Payogasta

En la provincia de Salta, se le dice Sala al casco de las estancias. La actual hostería Sala de Payogasta tiene un recorrido histórico que arranca a comienzos del siglo XX, cuando la familia Ruiz de los Llanos adquirió la propiedad. Está literalmente atravesada por la traza de la ruta 40. Mirando hacia el Sur, a la derecha está la hostería y el desayunador, y a la izquierda, el restaurante Abasto y el viñedo, porque también producen torrontés. Sucedió algo inesperado para mí. Resulta que Alejandro Ponce, quien está a cargo de la hostería, me invitó a sacar unas fotos en el viñedo. Arrancó un racimo de uvas y me convidó. El sabor de esa uva explotó unos sabores que no sé qué le hicieron a mis neuronas. Se lo dije y Alejandro me explicó algunas cuestiones técnicas, pero mi cerebro seguía procesando. Unos minutos después le di a probar esas uvas a Felicitas Bonino, mi prima, hija de la hermana de mi mamá, con quien compartimos vida desde la infancia. Sólo le dije: “Probá”. Unos segundos después, los ojos se le cristalizaron y dijo: “Acabo de viajar a la casa de la abuela. Este sabor me llevó a la cocina de la abuela Irene”. Entonces no dije nada pero pensé en esto: viajar no es sólo trasladarse.

La Sala de Payogasta tiene un buen punto para el marketing: sus habitaciones miran hacia el Nevado de Cachi. Pero más allá de lo que pueda transmitir una foto retocada, lo que hay allí es intransferible. Enfrente, cruzando la angosta y delgada capa asfáltica de la Ruta Nacional 40, está Abasto, un restaurante a cargo de la chef Elvira Cuello. Le dicen cocina rústica de autor. Entonces sería cocina rústica de Elvira. Nunca probé un logro tan aplaudido. Respecto de las empanadas: quisiera que Leila Guerriero viniera a probarlas y que luego escribiera sobre esa experiencia. Fritas al fuego de la leña.


El fotorreportero Rubén Digilio.

El viaje de la amistad

Cuando tenía diecisiete o dieciocho años, estaba con amigos en casa. Por ese entonces, era muy amigo de Clarisa Galán. Esa noche Clari se fue un rato antes de la reunión porque iba a salir por primera vez con un chico. Era Juan Martín Roldán. Se casaron. Años más tarde, Juan trabajaba en un nuevo proyecto editorial del grupo La Nación. Era una revista de viajes. Como necesitaban un cronista, me llamó. Yo aún estaba en la Universidad y no tenía experiencia en medios grandes. Acepté. Al tiempo Juan renunció o lo echaron, no me acuerdo, y yo seguí ahí hasta ser el Director. Después, con Juan hicimos un viaje por gran parte del territorio argentino para producir un libro para una automotriz. Juan debe de ser de las mejores personas que conozco para viajar. Siempre de buen humor, con un gran sentido de la adaptación y muy comprensivo. Yo, en cambio, pasaba por mi peor momento. Me refiero al peor momento de mi vida. Y, aún así, Juan me acompañó. Ahora vine a Payogasta porque Juan organizaba este workshop llamado Mirada Calchaquí. 

A Nicolás Preci lo conocí en Cachi. Yo estaba en pareja con M. Era la previa del festival de Cachi y con M estábamos sentados viendo a parejas bailar frente al bar Viracocha. Nico vino, se presentó, dijo que conocía a M por las redes sociales y nos quedamos hablando largo rato. Un tiempo después, Nico me invitó al cierre de un taller de fotografía que le había dado a habitantes de Cachi. Había niños, pastoras, copleras, maestras. Fuimos con M y nos quedamos maravillados con el espacio que había creado Nico. Un día presenté a Juan Martín Roldán con Nicolás Preci y les dije que iban a ser buenos amigos. No me equivoqué. Nico y Juan organizan Mirada Calchaquí. El reportero gráfico salteño Javier Corbalán también forma parte del equipo.

Cuando nos estábamos por volver de Payogasta, reparé en la mirada de águila de Alejandro Ponce, el anfitrión de Sala de Payogasta. No le pedí que hiciera ningún gesto. Sólo que mirara al lente. En fotografía existen dos etapas: la toma propiamente dicha, y el revelado. La mayoría de las veces pienso la toma teniendo en cuenta lo que haré luego en el revelado. Cierro esta nota con el retrato de Alejandro Ponce. El revelado lo hizo Felicitas Bonino. Felicitas, Alejandro, Diego, Nicolás, Javier, Rubén, Paula, Elvira, Roberto, Romina, Patricia, Fernando, Ramiro, Ramón, Ramón (x2), Noemí, Marga, Gilda, Belén, Osvaldo, Jorge, Patri, Sofía, Pao, Pau, Valeria, David, Roberto, Romina, María, Alejandra, Gerardo, Edy, Eduardo, Payogasta, Ruta Cuarenta, Valle Diaguita, Valle Calchaquí. ✪


 

Guía de viaje

Mirada Calchaquí (click acá para +info) es un workshop de fotografía organizado por Juan Martín Roldán, Nicolás Preci y Javier Corbalán.

En cada edición, los organizadores eligen un lugar diferente. El primero fue en Cachi, el segundo, en un glamping de Payogastilla, y el tercero fue en Payogasta. Siempre en la provincia de Salta, en la región de los Valles Calchaquíes.

Suelen haber al menos dos opciones de alojamiento (una, más económica). Se abona el costo del hospedaje y el del workshop. 

Las actividades son, básicamente, salidas fotográficas y charlas de referentes. Un viaje pensado para quienes gustan de la fotografía digital y analógica. De hecho, hasta podrías ir sólo con un celular. Por supuesto, si tenés una cámara le sacarás más provecho.

Esta vez el alojamiento fue en Sala de Payogasta y las actividades y comidas fueron en el restaurante Abasto (parte de la misma hostería y viñedo).

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